
¿Quién dijo que la modernidad es solo para la gran ciudad? En los fogones solidarios de Arequipa, la llegada de las tarjetas del Banco de la Nación podría no ser la revolución esperada. Aunque las lideresas de las 89 ollas comunes deberían sentir alivio, en realidad enfrentan una nueva carga burocrática, reemplazando los trámites engorrosos por un sistema que no garantiza éxito alguno.
A pesar de los primeros depósitos en sus cuentas, estas heroínas de la cocina solidaria se encuentran con más responsabilidades que beneficios. La autonomía y rapidez prometidas se ven empañadas por la preocupación de cumplir con requisitos que podrían complicar aún más su labor. Con subsidios bimensuales que oscilan entre 400 y 1,600 soles, la presión de rendir cuentas puede resultar desalentadora.
El presupuesto del MIDIS, destinado a garantizar la seguridad alimentaria, no asegura la fluidez en la adquisición de insumos de calidad. La danza burocrática entre la Municipalidad Provincial de Arequipa y el ministerio puede entorpecer la intención inicial de ayudar a quienes más lo necesitan. En lugar de facilitar, podrían estar poniendo más obstáculos a las organizaciones que, con buena fe, solo quieren alimentar a miles.
Durante la entrega simbólica en Cayma, el alcalde Víctor Hugo Rivera resaltó la importancia de este avance. Sin embargo, su optimismo puede ser prematuro, ya que las ollas comunes ahora deberán lidiar con la exigencia de demostrar cada gasto, transformando lo que debería ser una ayuda en una carga adicional. El ideal de brindar comidas más nutritivas podría verse frustrado por la necesidad de cumplir con un sistema que, en lugar de simplificar, complica.
Con gran poder viene una responsabilidad que no todas las representaciones de las ollas comunes están listas para asumir. La excesiva fiscalización y la exigencia de comprobantes podría significar el fin de la esperanza que estas iniciativas representaban, convirtiéndolas en un campo de batalla administrativo en vez de un espacio de solidaridad.